Recientemente un regidor en
Inglaterra hizo una declaración pública en favor de la eutanasia, muerte sin
dolor. Lo que impulsó su declaración fue
una visita a una institución pública en
donde los pacientes eran niños deformados e inválidos, sin esperanza. Una gran mayoría
de ellos tenían dolencias congénitas, y nunca más podrían valerse por sí
mismos, ni podrían hablar. En realidad, mostraban menos autoconsciencia que la mayoría
de los animales inferiores. Es evidente que semejantes seres únicamente vegetan,
pues son solamente masas animadas de materia, incapaces de siquiera evaluar la
vida en términos de felicidad, amistad, esperanzas o aspiraciones. En la mayoría
de tales casos la anormalidad comenzó en el nacimiento, no solo como un cuerpo
retorcido o deformado, sino también con una deficiencia mental y una
personalidad reprimida.
La pregunta primaria y lógica en
una materia de esta clase es: ¿qué se logra con la conservación de tales seres?
¿Pueden ellos traer felicidad a su familias, o traen solo años de angustia y
carga económica? No sólo están incapacitados para contribuir de alguna pequeña manera
al bienestar de la sociedad sino que se convierten de ese modo en una
responsabilidad para la misma. Además, no son capaces de percibir sus
alrededores y derivar satisfacción alguna de la fuerza de vida básica que fluye
a través de ellos, pues son poco más que autómatas. Si la sociedad hiciera que
mueran sin dolor, ¿no sería tal cosa—libre de sentimentalismo y dogma religioso—mejor
para todos los involucrados?
Señores yo, Peter Bustamante jamás estaría
de acuerdo con semejantes acciones, el mero tema de la eutanasia es chocante
para muchas personas que se apartan a menudo por completo de sus aspecto
racionales, por estar influenciados casi por entero por sus propias emociones.
La eutanasia no es una teoría nueva,
sino que, en realidad, es una práctica con fondo histórico. Para refrescarle la
mente a este “regidor”, citemos un ejemplo entre otros: los antiguos
macedonios consideraban a los incurables
como una carga para la sociedad y siéndoles a menudo inadecuado el alimento, el
Estado ordenaba la muerte sin dolor para los dementes, imbéciles, y aún para
los de edad avanzada. Se consideraba una injusticia esclavizar al elemento
activo, productivo de la población, a aquellos que no podían por más tiempo
compartir sus responsabilidades en la guerra y contribuir a la economía del país. Esta actitud era, desde luego, extrema, especialmente en
los casos de edad avanzada que aun estaban en posesión de sus facultades
mentales y sólo estaban incapacitados por enfermedades físicas.
Los moralistas religiosos se oponen
a la eutanasia basada en el principio de que no pertenece a la providencia del
hombre quitar la vida bajo ninguna consideración humana y que el hacerlo es abrogarse
a la omnipotencia y omnisciencia de la
Divinidad. Sin embargo, esos mismos moralistas no están de acuerdo por entero
en la práctica. Ellos no han triunfado sobre la idea de prohibir la pena
capital o sea quitar la vida por edicto legar de la sociedad. Aparentemente,
son de opinión que no es suficiente la
justicia divina y que debe aplicarse la pena adicional de muerte. Del mismo
modo, los religiosos dogmáticos no han
podido borrar el estigma de la sociedad
moderna, como es la destrucción en masa de la vida de la vida humana mediante la guerra. Ambos actos, la pena
capital y la guerra, son menos defendibles en principio que la eutanasia. También
existen los ocultistas, metafísicos y místicos
que aborrecen la eutanasia bajo la premisa de que el hombre, al hacerlo así
está interfiriendo la ley Cósmica. Dicen que el alma tiene permiso para habitar
un cuerpo anormal al nacimiento, un cuerpo atrofiado que, tal vez, tenga una personalidad
reprimida, con el propósito de expresarse de esa manera. El ser, dicen, tiene
una lección que aprender por la experiencia objetiva. Se sostiene además y se espera que los
padres, quizás de modo karmico, soporten esta experiencia deprimente para
compensar por pasada violación de algún precepto Cósmico. Estas personas
declaran que ahorrar a la víctima de
estas circunstancias una vida inútil, quizás
también de sufrimiento, por medio de una muerte sin dolor, sería una violación de
los propósitos Cósmicos fundamentales.
Miremos por un momento, con mente
abierta, los postulados hechos por estas personas para ver si están
justificados por entero. Empezaremos tomando el ejemplo del niño incurable,
cuyas deformidades mentales y físicas son congénitas. El niño, como en muchos
casos, nunca adquiere esa autoconsciencia por medio de la que es capaz de
distinguir por completo entre el ser y otras realidades. Toda su actividad consiste en respuestas
involuntarias y es incapaz de adquirir
ese estado de consciencia por medio del cual podría evaluar su ambiente
y sus propios actos en términos morales.
En otras palabras, no puede distinguir entre lo que los hombre llaman bien y mal. No es capaz de ejercitar juicio y
prohibición, pues en ese estado, la personalidad del alma no puede evolucionar,
no puede aprender lecciones, ni llegar a conocer aquellas impresiones más
profunda que el hombre atribuye a impulsos
mentales o del alma. Desde un punto
puramente polémico, se puede sostener que la inteligencia de vida, llamada alma, no es efectiva en
donde no existe autoconsciencia. Para saber que existe esa expresión del alma,
uno debe colocarla en relación comprensible con sus alrededores y
comportamiento y ver su reacción.
Después de todo, ¿cuál es esa condición
a la que se refieren los místicos como la evolución del ser? ¿No es hacerse
consciente de las sutiles impresiones de
la presencia divina por medio de la
mente subconsciente? El desarrollo consiste en una serie de ajustes y respuestas
a estos impulsos psíquicos más finos. Los místicos abogan por el despertar y obediencia a la voz de la
consciencia, a los dictados del ser interno, o sea, a conocerse así mismo. Pero
para esto se requiere el mecanismo de lo que se considera “CEREBRO” y un
sistema nervioso funcionando normalmente.
No es suficiente poseer una luz dentro de nosotros, sino que debe de tenerse la
facultad de percibir esa luz y ser
capaz, de ese modo, de usarla como guía. Y para terminal el verdadero místico
debe de reconciliar los principios y leyes del misticismo con las leyes de los fenómenos
físicos llamados “CIENCIA”.
Solamente les pido que sean más condescendientes, con todos aquellos que
tienen las desgracias de pasar por estos inevitables laberintos, y traten de
ser mejores cada día y mantengan la paz con su alma.
Peter Bustamante
Un delicado tema... muy sensible de tratar.
ReplyDeleteSolo puedo dar mi modesta opinión, ningun ser vivo, absolutamente ninguno es esteril a la sociedad, un ser asi aporta riqueza espiritual y aporta un desarrollo moral infinito, por que la dependencia suya ademas de fisica es afectiva y hace que los que le rodean crezcan en sensibilidades desconocidas a la mayoria de las personas... como los bebes desvalidos ante la vida, que dependen de sus progenitores para sobrevivir, solo que estas personas jamas dejan de ser bebes... y nunca dejan de aportar riqueza a las personas que les cuidan, una sociedad sin esa sensibilidad hacia los mas debiles se endurece y pierde la esencia del ser humano.
Como te dije es un tema muy delicado pero esencial tener las cosas muy claras apra no perdernos en el huracan de lo valido o lo prescindible.
Un placer leerte.
Reme.( Siloe)