“LA CAÍDA DEL HOMBRE”
Las
leyendas de muchas razas, por todo el mundo, nos dicen de una Edad de Oro
anterior en que los hombres eran más virtuosos y más felices que ahora. hace más
de dos mil años, el filósofo místico griego, Platón, localizó el sitio de tal
pasada gloria en la isla y país de Atlántida, que fue más tarde destruida por
un cataclismo y sumergida bajo el mar. El mismo Platón contaba también de un
mito de acuerdo con el cual las almas inmortales y originalmente divinas fueron
aprisionadas en cuerpos de animales como castigo por la avaricia y la lujuria.
Nuestras almas languidecidas deben despacio y dolorosamente ascender de nuevo a
la liberación, a través de muchas encarnaciones.
La Biblia judío- cristiana relata que el alba
de la creación el hombre moró en el paraíso, en una dicha inocente, hasta que
probó la fruta prohibida que le dio conocimiento del Bien y del Mal. ¿Podemos
reconciliar estas historias de una Caída de la perfección inicial en culpa y corrupción
con la creencia que la evolución tiene de una tendencia ascendente hacia una
mejor adaptación, hacia un crecimiento de la consciencia, el poder mental y el
entendimiento?
Las leyendas de los antiguos imperios mental
y materialmente poderosos pueden bien tener un fundamento real. Aun en tiempos históricos
grandes centros de la civilización, como Egipto y Roma, decayeron y finalmente
se desmoronaron bajo la embestida de las hordas bárbaras. Tales catástrofes no
corren contrarias al concepto de la evolución. Como la entendemos, la evolución
avanza a base de prueba y error, en muchos fretes a la vez. Cualquier desarrollo
que no encaje en su ambiente condena al grupo ofensor al fracaso y la destrucción,
a menos que pueda readaptarse a tiempo.
Son tantos los mitos de la perfección
original y del auto infligida caída que son cada día más difícil de entender.
Tomado literalmente, el libro bíblico del génesis presenta un Dios cruel,
vengativo, que castigó una simple transgresión de nuestros antepasados condenándolos
no sólo a ellos sino a toda su generación hasta que Él fue finalmente reconciliado
por el sacrificio de la sangre “redentora “de Su propio Hijo. Hacemos mejor
justicia a ambos mitos platónico y bíblico interpretándolo simbólicamente. En
el lenguaje del simbolismo, las dos historias se complementan más bien que contradecirse
una con la otra. Ambas nos dicen que la naturaleza del Hombre es una mezcla de
rasgos materiales y espirituales. Ambas están de acuerdo en que el despertar
del conocimiento, material, intelectual, resulta el sentimiento de culpa y
angustia en vez del poder que parece prometer.
A fin de entender esta supuesta paradoja,
miremos a la corriente de la evolución ambas desde arriba—como un impulso cósmico
creativo, y desde abajo, como la sienten las criaturas en evolución. Después de
un largo estado como esfera de gases ardientes y metales fundidos, nuestra
Tierra se enfrió lo suficientemente para permitir la sucesiva formación de
compuestos orgánicos, células vivientes y organismos vegetales y animales
superiores. Cada criatura viviente estaba—y aun esta—dotada de un instinto innato
de conservarse y propagarse. El mundo alrededor fue experimentado ya como
alimento potencial o como un destructor y devorador. La pregunta de si la vida
misma era buena o mala no podría surgir, porque el instinto de la auto conservación
hiso de la vida el mejor de los bienes. Solamente el instinto sexual era más
fuerte que la vida y la muerte misma, porque en el esquema de la evolución la conservación
de la especie toma prioridad sobre aquella del individuo.
Gradualmente, estos reflejos vitales evolucionaron
hasta un estado que permitió cortos intervalos de consciencia y de acción útil.
En la mente humana esta utilidad se volvió a veces lo suficientemente fuerte
para superar gratificación inmediata de cada impulso instintivo, para planear
para el futuro y para reflejar acerca de las relaciones de uno con la
naturaleza a su alrededor. Por medio de tales meditaciones, el hombre se volvió
conocedor de los tremendos poderes de la naturaleza. ¿Era su propia fortaleza
comparada a aquella de las tormentas e inundaciones, a la del Sol que ilumina
todo, y a los inmutables ciclos del reflujo y la marea, del día y de la noche,
lunas y estaciones? Y para terminal nada cae en el olvido gran culpa de todas
estas desgracias la han tenido los Teólogos con su ignorancia de comprender o
ajustar ciertos eventos en conveniencias con sus propósitos. Los mitos de una caída
del contentamiento animal en culpa humana puede que tenga un fondo cierto. Pero
para los místicos esa caída no fue una maldición, sino una bendición; estimulo
la raza humana hacia adelante al grande y glorioso ascenso de los instinto
animales y por medio del autoconocimiento a la Consciencia Cósmica.
Espero que
vivan en paz con sus semejantes, y ustedes mismos.
Peter
Bustamante