Thursday, November 22, 2012

“EL REY ARTURO Y EL ALTAR DE DIOS”







“EL REY ARTURO Y EL ALTAR DE DIOS”

Desde los primeros tiempos de la civilización, y aún antes, el hombre ha tenido un profundo sentido de la religión y ha mostrado deferencias a un poder invisible. Esta cualidad innata ha hecho del templo uno de los edificios más importante en su vida comunal. La esencia misma de este templo es el altar, pues es el punto céntrico, el más exaltado de los lugares del edificio. Esta posición de santidad le ha dado títulos que reflejan el sentir de la gente  hacia su sentimiento culturar. Entre estos nombres están “el Santuario”, “el Tabernáculo”, “el Santo de los Santos”. En éste, el sacerdote ordenado lleva a cabo con esplendor deliberado la más profunda y significativa expresión de las más altas aspiraciones del hombre. Es fácil imaginar manojitos de humo de raro incienso elevándose en forma nebulosa hacia la cúpula esculpida de una catedral cristiana, para colgar allí, tenue pero tangible, como el principio de otra dimensión.

 Hay una sugerencia serena en el callado murmullo de los cánticos del sacerdote suavemente acentuados por la acallada actividad del tránsito afuera, en la calle. Y mientras fragmentos de música de órgano se extienden con lánguida intimidad en la atmósfera, delgados rayos de sol penetran en la penumbra interior, teñidos de azul, rojo y verde, por los magníficos cristales de color de las ventanas. Quizás, por memoria innata es más fácil imaginarse un templo místico de la pasada civilización, donde el sonar de gongs distantes y cánticos antiguos acarician los sentidos mientras los devotos dirigen en silencio lustraciones de sus almas. El sumo sacerdote actúa en el lento, reverencial drama de su ritual sagrado, intensificado aún más por la gran fogata ritualística a las sombras silenciosa que saltan de una parte a otra del templo para revelar, por breves momentos, monjes postrados llevando austeras vestimenta que de alguna forma provocan una extraña  familiaridad.

  Es bastante humano crear en lo más íntimo del corazón estructuras magnificas de mármol con hermosos interiores de alabastro; imaginar ricas y vaporosas vestimentas bordadas con hilo de oro y plata; contemplar solemnes ceremonias pasar ante los ojos de la imaginación con una dignidad que sobrepasa todos los sucesos, aun la coronación de los reyes. Ante el altar una lámpara alumbra día y noche como un centinela que ilumina, un guardia de honor a la entrada del Rey de los Reyes. Esa lámpara esplendente representa la luz sagrada confiada sólo al hombre por encima de todas las criaturas de la Tierra, ya que el hombre es también un templo, un templo viviente. Jamás permitan que él se vanaglorie de su misión, ni lo descuiden con un servicio superficial mientras dirige su atención entera a las ventajas materiales del mundo. Permítanle conservar su lámpara bien cuidada y eternamente llena con el aromático aceite del servicio. Déjelo ir hacia el altar de Dios, el Dios que lo rejuvenece. Déjenlo liberarse de los hombres injustos y engañosos, pues en esa confesión secreta él admite y abraza la dualidad de su propia naturaleza. La verdadera personalidad, el Maestro Interno, se ha esforzado por milenios de tiempo por escapar del cautiverio del ser exterior, la sombra con debilidades e inconstancia. Sir Thomas Browne hiso el más expresivo sumario de la naturaleza humana cuando escribió: “Defiéndeme. Oh, Dios, de mí mismo”.

El Cáliz de la Última Cena
  Esta lucha de la humanidad, la batalla por la instrucción a través de servicio, ha estado siempre con la humanidad. En la vieja leyenda inglesa existe una historia del “Rey Arturo y los Caballero de la Mesa Redonda. Todos tenían la misma categoría y esa igualdad estaba simbolizado por la mesa redonda, ya que así no habría lugar de honor. Su difícil tarea era la sencilla búsqueda del Cáliz de la Última Cena. Todos ellos buscaban un recipiente, una copa—la copa que Jesucristo sostuvo en sus manos en la Última Cena. Sólo uno se dio cuenta del error de su búsqueda. Sólo uno vio más allá del velo de la ilusión. Sólo él encontró el Sagrado Cáliz, y no era un cáliz fundido en oro y plata. Su descubrimiento llegó en el breve regocijo de un encuentro con Dios, pues en su sencillez, Sir Galahad miró hacia las profundidades de su propio ser, penetró en el templo de su propio corazón y comulgo con Dios en el Silencio, en su propio altar. Ese altar está en todas partes y siempre listo para cualquier hombre que lo necesite. Está siempre donde se hace el trabajo de Dios. Es el yunque del herrero, el crisol del platero. Comienza en la punta de los dedos y teje su camino hacia el corazón y la mente con un molde y diseño tan exquisito pero tan real, que se levanta el impulso de hacer una vida de servicio en un nuevo acercamiento a la humanidad. Con persistencia, todo el motivo de la vida se entreteje finalmente con él, con las ricas vestiduras del sumo sacerdote. Cambia la obscuridad en luz y trae paz y consuelo al corazón.
OBSCURIDAD Y LUZ
  Si el hombre vive en la obscuridad, es debido a que él se para sobre su propia luz y no puede ver más allá de la densidad de su propia sombra. Cuando el Sol se pone, el vehículo de la experiencia—su cuerpo—se proyecta una sombra ya sea que él se enfrente al amanecer o no. Y si es el otoño del año, esa sombra es más larga y llega más lejos hacia la fría niebla del día que despierta. La obscuridad y frialdad son meros grados de aislamiento de verano de la felicidad y completacion. Hay otra estación que debe seguir al estéril tiempo frío y que viene antes de la hacienda, días fructíferos. Es una estación de vida nueva, una estación de botones nuevos y tiernas y verdes plantitas.

  La procesión de cada día y año son la clave de ese templo sagrado interior. Si la sombra es inevitable ante la salida del Sol, es bueno darse vuelta y enfrentar el amanecer. Es mejor que la sombra caiga detrás de él en vez de alzarse frente a él. Cambiando de dirección, él puede eludir  el torcido espejo del ambiente y buscar el nuevo sendero hacia el altar de Dios que trae gozo a esta nueva juventud encontrada.

Este artículo es en homenaje  al día de gracias en mi país. The United Estate of America.

Les deseo que vivan en paz con ustedes mismos.

Peter Bustamante 

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