“NUESTRA
MISIÓN EN LA VIDA”
EXISTEN dos
tendencias principales en la vida que inducen al hombre a accionar-aparte de
los deseos y apetitos físicos dominantes, de cuya satisfacción depende la
existencia en sí. La primera es obligación y la segunda idealismo. Las
obligaciones son aquello que nuestros conceptos personales de lo moral y las
normas de ética adoptadas, nos hacen sentir que debemos afrontar y que si no lo
hacemos así no tendremos paz mental. La naturaleza y la forma que asumen tales
obligaciones son tan variadas, como los intereses y actividades del hombre. Lo
que uno puede sentir como obligación en la vida, puede que para otro no lo sea.
Esas obligaciones podrían consistir en cuidar a los padres, una educación universitaria
para cada uno de los integrantes de la familia, la rectificación de faltas
cometidas a los parientes, o hacer una compensación monetaria para evitar un
estigma. Por otra parte, los ideales pueden ser aquellos a los que el individuo
aspira alcanzar como su propósito en la vida—la verdadera razón para la que él
desea vivir y de la cual obtiene un placer o regocijo. Estos ideales pueden ser
relacionados con la ambición.
Por supuesto,
cumplir con una obligación proporciona también un sentimiento de satisfacción,
pero en algunas ocasiones es de una naturaleza negativa. Todos tenemos una sensación
de descanso cuando hemos llevado a cabo una tarea prolongada y penosa, o hemos
cumplido con un deber, pero no es la misma exaltación que experimentamos cuando
realizamos un ideal. El cumplimiento de una obligación es como quitarnos de
encima una condición que nos molesta o nos irrita, pero la realización de un
ideal es un estímulo adicional. No hemos quitado de en medio algo, sino que
hemos ganado algo. En consecuencia, podemos ver personas que, debido a su
sentido moral, a menudo son impulsadas a escoger, como su misión en la vida,
algo que no es exactamente lo que le gustaría hacer, pero que de todas maneras
hacen.
“LO INTERROGANTE”
El verdadero
interrogante que se presenta ante nosotros es: cuál es la misión correcta ante nosotros, el ideal o la obligación—en mis formas de
pensar, suponiendo que tenemos ambas. La respuesta a esto podría ser
probablemente: un procedimiento intermedio—esforzarse razonablemente por hacer
frente a una obligación razonable y de la misma manera obtener un ideal.
Estamos totalmente conscientes de que, bajo muchas circunstancias, no es
aconsejable una división de esfuerzos. Pero si el individuo tiene ideales y
obligaciones dominantes, debemos tomar un curso intermedio o no cumplir
verdaderamente su misión en la vida. Debemos comprender que las obligaciones
que asumimos y hasta las que no creamos, no son realmente tan vitales como
algunas veces creemos que son. Con esto no quiero decir que, porque algunos no las
consideren importantes no lo sean, sino que algunas de ellas realmente no lo
son.
Como todos
hemos tenido la ocasión de conocer, nuestras emociones influencian grandemente
el valor que damos a muchas cosas, así como lo hacemos con la sensitividad
innata que constituyen nuestro talento. Uno que se inclina hacia las artes
tiene una gran apreciación natural de la armonía del color, las líneas, proporciones
y perspectivas, que otros no tienen. En consecuencia, su razón le hace que mida
la valía de las cosas, por medio de su valor artístico y su belleza, y les dará
importancia a las que otros tal vez pasan por alto. En este momento, no
necesitamos entrar en una discusión acerca de si la belleza es inmanente en el
objeto, o está en la mente del hombre. El hecho de que algo sea bello para él,
es el factor importante. Las emociones que tenemos pueden hacer que uno se
imagine u origine en su mente obligaciones excesivas. Así, uno podría tener la pasión
de vindicar a un familiar de lo que él cree que constituye un estigma en contra
de la reputación de sus padres. Se extiende en ello, establece un deseo tan devastador,
que ninguna otra cosa le importa, sino sacrificar lo que concibe como un error.
Observando la civilización
como un total, el hombre lo ha hecho absolutamente bien. En consecuencia,
corresponde a cada hombre el contribuir
en alguna forma al bienestar de la sociedad humana y no trabajar sólo para él
mismo. Una persona que barre las calles y lo hace bien, con una comprensión de
la importancia que tiene su tarea para la humanidad, y no lo hace sólo porque
tiene que hacerlo, está haciendo tanto, en una forma humilde, como el bacteriólogo
que trabaja en un laboratorio tratando de encontrar una forma de detener la propagación
de una enfermedad.
Aquél que busca un trabajo o posición sólo para irla
pasando, obviamente está abrogando la ley cósmica. El concibe su misión en la
vida como el obtener sólo aquello que favorecerá sus fines, sin ninguna consideración
para el resto de la humanidad. Uno debería intentar siempre encontrar un empleo
en las ocupaciones o profesión que le proporcionen placer, en lo que a él le
guste hacer. Esto no es sólo porque hace que el trabajo sea más placentero y lo
aparta de la clase de tareas abrumante, sino porque eso le demandará que haga
lo mejor y él pondrá en juego todas sus habilidades y talento sin tener restricciones
inconscientes.
Jamás confundan la eminencia y la distinción.
En vos confió.
Maestro Peter Bustamante