‘LA MUERTE O LA LEY DEL
CAMBIO’
EL antiguo filósofo Epicuro preguntó: “¿Por qué debe
el hombre preocuparse tanto por la muerte y temerla? Pues de ese modo presume
que conoce la naturaleza de la muerte, o las circunstancia que rodea la transición
de la vida a la muerte”. Ya que el hombre no sabe de estas cosas, no debe temer
a la muerte, ni vivir con el temor de ella. No debe de tratar anticipar lo
desconocido. Cuando al fin lo desconocido nos llega, entonces se vuelve conocido
y aquello que es conocido no debe ser temido. ¿Por qué temen a la muerte la mayoría
de los hombres? ¿No es acaso porque les desagrada renunciar a los placeres, alegrías,
fama y posición que han adquirido durante la vida? Si temen renunciar a estas
cosas, si temen que la muerte los despoje de estos placeres, deben también comprender
que la muerte también les eliminará el dolor, las preocupaciones, el
desconsuelo y la lucha, porque si suprime una experiencia en la vida también suprimirá
las otras.
Supongamos
que la muerte sea como la acción de cruzar el umbral de la puerta para dirigirse
al cuarto contiguo. Cuando la habitación en que nos encontramos se haya demasiado
concurrida y ya no sirve a nuestros propósitos, y la puerta se abre pudiendo
ver a través del portal otro cuarto, ¿por qué debemos titubear en servirnos de
él, sobre todo si nos ofrece oportunidades que el cuarto presente no nos
ofrece? El alma del hombre es parte del Alma Universal, de la
inteligencia de Dios que fluye como una fuerza espiritual a través de
todos los hombres por igual. Nos permitimos usar una analogía que hemos
empleado con frecuencia: la fuerza del alma es como una corriente que fluye a través
de un circuito de bombillas eléctricas. Esta hace que cada bombilla del
circuito manifieste luz y calor, cada una diferentemente quizás, más la
esencia de todas las bombillas, es decir, la corriente, en la misma. La fuerza
del hombre interno posee, o más bien digamos que engendra, ciertos atributos de
los cuales el principal es conocido con el nombre de cuerpo psíquico.
La
inteligencia Cósmica o fuerza del alma, no está confinada a una sola área, sección
u órgano del cuerpo, como pensaron
alguna vez muchos filósofos. Al contrario, se difunde por cada célula de
la matriz de células de que está compuesto el organismo humano. Cada célula
tiene sus deberes y funciones, que contribuyen a la finalidad total para la
cual existe el cuerpo humano. Así, pues, como las células en su substancia protoplásmica
componen la forma física, por ejemplo el corazón, en otras palabras, el corazón
psíquico.
A la hora
de la muerte, ¿Qué pasa con el cuerpo físico? El alma, desde luego, es atraída hacia
el Alma Universal de la cual
nunca estuvo separada. Por analogía nos preguntamos, ¿qué ocurre con la
corriente eléctrica cuando se apaga la luz o se desconecta el ventilador? La
corriente sigue existiendo, lista para manifestarse nuevamente en cuanto la conexión
material sea restablecida. El cuerpo psíquico y el yo del ser humano es
solamente absorbido por el Alma Universal. No se pierde. Más bien se
armoniza con todas las personalidades y los cuerpos psíquicos que integran el Alma Cósmica única. Otra vez nos
hacemos una pregunta para demostrar mejor nuestro punto: ¿qué ocurre con los
colores rojo, verde y azul cuando no hay un medio, tal
como un prisma, para difundir la luz blanca? Las ondas luminosas de esos
colores están todas combinadas en
conjunto, para lograr esa armonía de todos los colores que componen la luz
blanca. Lo mismo ocurre con los cuerpos psíquicos y sus personalidades en el Alma Universal.
A punto de exhalar el último suspiro, en el
momento de la transición, el cuerpo psíquico se proyecta, es decir parece que
se extendiera a varios pies más allá del cuerpo físico. No es que este liberado
aún. Sigue atado al cuerpo físico por el cordón de plata (término místico
tradicional, empleado para definir la esencia del cuerpo psíquico que permanece
atada al cuerpo físico viviente). La esencia mayor del cuerpo psíquico en tal
momento puede ser sentida, o mejor dicho percibida, ya sea en forma de nube o
vapor. A veces tiene la forma de un ovalo de uno de cuyos extremos
parece que descendiera el cordón de plata como una especie de expirar de vapor.
La punta más pequeña de la espiral aparece como si penetrara en el centro del plexo
solar. Con la transición, pues, termina en este plano la consciencia de sí
mismo, o consciencia de cualquier irritación. De acuerdo a nuestras creencias, refiriéndome
en este caso al que subscribe, nosotros los Rosacruz, la cremación, o incineración,
es el modo ideal de disponer del cuerpo. Los elementos físicos de los cuales el
cuerpo está compuesto no constituyen al hombre, como tampoco lo constituyen una
figura de cera. Es nuestro deber, por lo tanto ayudarlos a regresar a su fuente,
o estado original tan pronto como sea posible, y la cremación logra este
fin. La prolongada preservación del cuerpo por elaborados métodos de embalsamiento,
es una costumbre nacida de ese sentimiento que sigue asociado la personalidad y
el yo con la cascara física, o es el resultado de interpretaciones
religiosas. Son sólo aquellos elementos intangibles, aquellas condiciones y características
que componen el ego y la personalidad, las que constituyen el usted.
Y para terminar una vez que esta se ha ido, es mejor liberal los elementos físicos
del cuerpo lo más pronto posible y con la mayor discreción posible. Y decoro.
La próxima enseñanza que publicaré es en relación del .KARMA.
En vos Confió.
Peter Bustamante