“LA NATURALEZA DEL VALOR”
EN TODOS LOS ASPECTOS del pensamiento y de las experiencias humanas, el
valor juega una parte muy prominente. En consecuencia, una indagación filosófica
dentro de lo que es la naturaleza del valor, es tan antigua como la historia
del pensamiento en sí. Por lo tanto, para considerar el valor, un comienzo
apropiado serán ciertamente los conceptos que los antiguos tenían acerca de él.
Entre ciertos filósofos del pasado, toda realidad, toda existencia, era
dividida en dos categorías principales. Estas fueron llamadas el macrocosmos
y el microcosmos. Literalmente, macrocosmos significa el gran universo.
En ese tiempo éste se relacionaba generalmente
con nuestro Sistema Solar en particular. Por esto se significa el Sol y sus
planetas. En los siglos posteriores, el hombre aprendió la relación que existe
entre estos cuerpos. El Sol sostiene este macrocosmos, este universo mayor, por
la atracción que ejerce sobre sus satélites. De acuerdo con la ley universal de
la gravedad, toda cosa material en este macrocosmos, atrae y es atraída por
cada una de las cosas materiales.
La otra división
de la realidad a la cual se refirieron los antiguos, el microcosmos, significa
el pequeño universo. Los filósofos designaron este universo menor como en
hombre en sí. Declararon que su Sol o centro era el ser, la consciencia humana.
En realidad, este sol o consciencia es el centro de ambos universos, el mayor y
el menor, hasta donde concierne a la comprensión que tiene el hombre de ello.
En consecuencia, la fuerza de atracción en este microcosmos, de las cuales
consiste el hombre, son sus facultades de percepción y conocimiento. En otras
palabras, estas son su poder para percibir, para estar consciente y para conocer.
Es por medio de esta atracción, que el hombre trae la realidad a su
entendimiento, hasta donde le permite su comprensión, y crea el universo del
cual es una parte. Por supuesto, toda realidad, con sus variados atributos, todavía
existiría independientemente de la percepción del hombre y de su habilidad para
conocerlo, pero no existirían para el hombre. Él no tendría conocimiento del
universo sin tales facultades.
Aunque el
Sol permanece como el centro de nuestro Sistema Solar, éste y sus satélites se
mueven a través del espacio como una unidad en la galaxia de la cual ellos
forman partes. Del mismo modo, el universo personal del hombre, el microcosmos
que él compone, está siempre limitado a la unidad de su consciencia. El
universo del que el hombre se da cuenta, depende de su aplicación de su
consciencia. El mundo que percibe, está formado de hechos o abstracciones que
son teorizados de las realidades. Pero todo lo que percibimos no siempre se
conoce totalmente, es decir, no siempre tiene significación para nosotros, sólo
porque lo vemos.
Por
ejemplo, podemos ver un cubo que tiene determinados centímetros en tamaño y un
cierto color. Pero, ¿qué significado tiene? ¿Tiene algún propósito o función? ¿Tiene
algún efecto específico sobre nosotros? Es necesario algo más que su color, que
su forma, para proporcionar un significado. Estas realidades que el hombre
experimenta a su alrededor, no sólo componen un mundo de cosas, sino que
componen también un mundo de valor. Una cosa existe, desde luego si es
comprendida por nosotros, y, aún todavía debe ser en el sentido de estar relacionada
al ser. Tal relación es necesaria como un valor, si estamos ordenando
apropiadamente nuestras vidas. La reacción que produce la experiencia dentro de
nosotros, es la que da origen a la noción del valor. Si hubiera valores erróneos,
los ajustes de la vida a ellos serían obviamente peligrosos a la personalidad.
En consecuencia, el valor es impórtate para nuestras vidas.
Consideremos el ser por un momento. Hemos expresado que el significado
del valor. Es la comprensión de ciertas experiencias del ser. Nuestra
consciencia es algo más que una colección de impresiones externas y sentimientos
internos. No podemos decir, por ejemplo, que la autoconsciencia es simplemente
sólo una colección de visiones, sonidos, dolores, placeres y emociones, ni es
autoconsciencia sólo la suma total de nuestro juicio. Lo que llegamos a
distinguir como el ser de todo lo demás que experimentamos, es la comprensión
de nuestra fuerza de voluntad. Es el conocimiento de nuestro propio arbitrio.
Mientras podamos estar conscientes de impresiones, de cosas fuera de nosotros mismos,
o de nuestro propio sentimiento internos, estaremos conscientes también de
nuestro propio poder de preferencia.
Por lo tanto,
tenemos lo que podríamos llamar “una consciencia de la consciencia”, y es
ella la que da origen a la naturaleza del ser. Es esta voluntad o preferencia
de acción de nuestra mente y nuestro cuerpo, lo que confiere valor a lo que
experimentamos. Pero, al ejercitar esta preferencia llegamos hasta poner valor
sobre la voluntad. Llamamos a esta función voluntad, pero le asignamos una
cualidad diferente que llamamos ser. Vemos entonces que el valor es esencial a nuestro
verdadero auto consciencia. ¿Cómo determinamos el valor? Todo lo que
experimentamos cae dentro de las categorías generales de valor hedónico.
Con esto queremos decir que todas nuestras experiencias caen dentro de
sensaciones o grados variantes de placer o dolor. Es más algunas sensaciones
están interpuestas entre los dos extremos, que a nuestra consciencia no le
parecen ni uno ni el otro. Estas sensaciones diferentes se convierten en
valores para nuestro ser orgánico, para nuestra mente y nuestro cuerpo. Y para
terminar, las sensaciones placenteras son deseadas y perseguidas. El placer,
por lo tanto, es correctamente considerado un valor positivo. Es positivo
porque nos produce una reacción para buscarlo y adquirirlo.
En vos confió mis queridos lectores, espero que
algo útil aprendan.
Que la paz del Universo sea con vos
Peter Bustamante