‘LA MÁS EVOCADORA DE LAS LEYENDAS’
La más evocadora de las leyendas, la del
sitio y saqueo de Troya, inspiró durante siglos a arrojados aventureros la
búsqueda de la devastada ciudad, que se
resistió a ser descubierta hasta que, en 1871, un negociante y arqueólogo
alemán creyó haber encontrado los tesoros del rey Príamo. Asir la realidad que
esconde el mito es la motivación de exploradores y arqueólogos. La leyenda de
Troya---la ciudad sitiada durante las guerras troyanas--no fue la excepción,
pero la ubicación precisa, e incluso su existencia misma, jamás fueron satisfactoriamente
probadas hasta finales del siglo XIX. El
negociante alemán Heinrich Schliemann cultivó desde niño una gran pasión
romántica por la historia de Troya, y decidió destinar su fortuna a localizar
la ciudad perdida.
Sabía
de la existencia de un antiguo poblado llamado Troya porque se lo mencionaba en
fuentes históricas confiables, aunque no
se lo registraba por su nombre desde el año 355 d.C. Después de agotar la búsqueda de huellas
troyanas en Turquía, se trasladó a un montículo hecho por la mano del hombre en
las afueras del cercano pueblo de Hissarlik. Su decisión se basaba en la
tradición local, de modo que, asistido por su joven esposa griega y un equipo
de 100 lugareños, inició las excavaciones en 1871, que se prolongaron hasta su
muerte, casi 20 años después (con la sola interrupción de sus exploraciones en
el emplazamiento griego de Micenas). Yo, Peter Bustamante en mis formas de ver
la historia no deja de ser un entusiasta, pero negligente arqueólogo aficionado,
Schliemann destruyó involuntariamente con sus trabajos pruebas que habría hecho
bien en clasificar detalladamente y exhumó objetos sin documentar su situación
precisa.
Desenterró,
no obstante, antiguas fortificaciones y numerosas armas y utensilios. Convencido
de haber descubierto Troya, afrontó el escepticismo de muchos historiadores,
aunque entre sus partidarios se encontraba W.E Gladstone,
primer ministro inglés y consumado clasicista. La compleja historia y estructura de la ciudad
empezó a emerger, con la ayuda de Wilhelm Dõrpfeld, hábil arqueólogo. Ambos
exhumaron nueve etapas principales, cada una de ellas representante de una
nueva Troya, erigida sobre una antecesora. Las numeraron, desde Troya I, la más
antigua, hasta Troya IX, construida en tiempos de Roma. Arqueólogos posteriores
han perfeccionado este sistema, identificando subsiguientes capas secundarias
hasta sumar 46 niveles. Contra lo
supuesto por Schliemann, Troya VIIa, y no Troya II, es la que se asocia con la ciudad de sus afanes.
Esta
capa fue destruida por el fuego, y el estado de los huesos humanos hallados en
el lugar sugiere que sus ciudadanos fueron muertos con violencia alrededor de 1250 a.C., fecha generalmente
aceptada por los eruditos como la de la caída de la ciudad. La épica batalla
entre griegos y troyanos se inició cuando interrogado acerca de cuál de tres
diosas--Hera, Atenea y Afrodita---era la más bella, Paris, el más apuesto de
los mortales, respondió que Afrodita. La
diosa lo había sobornado prometiéndole el amor de la mujer de sus deseos. Ésta
era la hermosa Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, uno de los Estados
griegos más poderosos; Paris pasó serias
dificultades, mas con el auxilio de la diosa obtuvo su recompensa y huyó a
Troya. La elección de esta ciudad, situada a 480 km sobre la costa de la
entonces llamada Asia Menor, como refugio no fue casual pues, aunque educado
como pastor, Paris era príncipe, hijo de Príamo, rey de aquella desdichada
ciudad.
Menelao
juró venganza y su potente flota alzó velas contra Troya. La amurallada ciudad
estuvo sitiada durante 10 años, pero no se rindió. Incapaces de ganarla por la
fuerza, los griegos tramaron la maniobra que hechizaría a Schliemann 3.000 años
después: la construcción de un inmenso caballo de madera que alojaba guerreros
ocultos en su interior. Lo abandonaron luego como regalo a las puertas de
Troya--para tentar a sus enemigos a introducirlo en la ciudad--, abordaron sus
naves y fingieron partir.
Por
la noche, los soldados griegos se deslizaron fuera del caballo y abrieron a su
ejército, que había vuelto en la oscuridad, las puertas de Troya. La población
masculina, Paris inclusive, fue sacrificada, y las mujeres esclavizadas.
Helena, cuya belleza había comprometido a una flota de 1.000 navíos, se reunió con
el victorioso Menelao. La ciudad, hoy 15
km tierra adentro, fue reducida a cenizas, sobre las que se levantaron nuevas
poblaciones. Finalmente, éstas también desaparecieron y jamás se habría sabido
de ellas si Schliemann jamás hubiera soñado desde niño con disipar el polvo que
la cubría.
Querido lectores esta es una de las más
hermosas historias.
Vivan en paz con ustedes mismos
Peter Bustamante
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